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Historia

Una historia del Oeste. Por Tostadora

Una historia del Oeste. Por Tostadora

        El borracho había dejado repentinamente de beber (y cantar) mientras secaba con sus dedos las gotas de sudor que nacían en su sombrero de cowboy y morían en la frente. Mientras, un muchacho pelirrojo de unos catorce años, rodeado en la barra del saloon por varios vasos de aguardiente vacíos respondía al camarero:

 

-Is that so? ´Cos I´m Bill Harrington, from New York. (¿De veras? Pues yo soy Bill Harrington de Nueva York.)

 

El comienzo de esta historia no recoge la ortodoxia del Far West, disparar primero y hablar después. Pero esa es la belleza de las artes narrativas: la posibilidad de dar saltos en el tiempo para hacer entender mejor una historia (o, siendo totalmente sinceros, para hacerla entender como al narrador le dé la gana). Y según la Física, es algo totalmente legítimo pues el tiempo quizás solo fuera una ilusión humana ya que parece que todo, pasado, presente y futuro, sucede a la vez.

 

Anochece en Llano Estacado y un mejicano grande y gordo, empachado de revólveres, entra en el bar saludando a todas las putas madres de los allí presentes. Es Belisario Villagrán, de Chihuahua. Uno de los pistoleros más respetados, y por tanto temido, de aquel lado de la frontera. El silencio resuena como eco del miedo y aunque el borracho sigue cantando, ahora lo hace en un murmullo ahogado. Belisario observa una sala vacía de agallas, esta noche no habrá ninguna nueva muesca en el revólver, se lamenta.

 

De repente, un sonido semejante al de un martillo golpeando en una robusta mesa de madera, cruza la habitación a la vez que unos cuantos gramos de plomo. Villagrán cae fulminado. No será necesario un segundo disparo. Un chico pelirrojo y lleno de pecas enfunda un arma que todavía humea y prosigue su conversación con el camarero.

 

-Is that so?...

 

Entre vítores alguien se acerca al chico y le dice que semejante muerte merece ser marcada en el revólver. Bill responde que “no vale la pena anotar mejicanos”. Bill era todavía un niño cuando mató a Villagrán, pero ya era Billy El Niño.

 

 

 

 

 

 

 

 

Historia rimada del ajedrez. Por Egeria.

Historia rimada del ajedrez. Por Egeria.

Recuerdo unas vacaciones con mi familia en Jaén hace bastantes años. Como siempre fui un poco corto tenía que hacer esos libritos que tanto nos apasionaban a todos, “Cuadernos Santillana” (¡Sí, sí! Esos que por mucho que en los anuncios de la tele los pintasen como unos ejercicios erótico-festivos serán la causa de mi úlcera estomacal en un futuro no muy lejano). Pero de todo se acaba sacando algo bueno y de los dichosos cuadernos saqué que alguna asignaturilla he conseguido aprobar en mi vida y una leyenda sobre el creador del Ajedrez:

 

“Érase una vez en un país muy lejano llamado China,

había un Emperador que estaba aburrido pese a harenes y concubinas.

Dijo a todo su pueblo que quería un juego nuevo y apasionante,

Al que consiguiese crearlo lo cubriría de riquezas rebosantes.

 

Y por todo esto apareció un súbdito con un tablero de 64 casillas

Reyes, reinas, alfiles, caballos, torres y peones eran las figurillas.

 

¡Por las escamas del dragón! Dijo el Emperador,

¿Cómo un juego así se le ocurrió a un pescador?

 

- ¿Qué riquezas quieres por este favor, hijo?

- Mi petición es humilde, señor – dijo. -

Quiero dos granos de arroz por la casilla primera,

El doble en la segunda y el doble en la tercera,

Lleguemos a 64 y la cifra será certera.

 

- ¿Me pides siempre el doble que en la casilla anterior?

Me pides poco, será tu amor al Emperador!

- Ciertamente poco pido, mas ¿cuándo se me dará mi pedido?

- Llamaré a mi contable, te daré lo pedido y con honores serás despedido.

Haz los cálculos, contable Choi Pi, ¿cuantos granos son? Dime.

- Son 18446744073709551616 granos, aunque no rime.

 

- ¡Por las barbas del Dragón! ¡No hay tanto arroz en el mundo!

He sido engañado por un asqueroso pescador inmundo.

- ¿Qué ordena que hagamos ahora alteza?

- No hay otra salida, ¡Qué le corten la cabeza!

Siglo III a.C: Aníbal Barca vs SPQR Cáp. III de III. Por Tostadora

Siglo III a.C: Aníbal Barca vs SPQR Cáp. III de III. Por Tostadora

Volvemos de nuevo a la época de la segunda guerra púnica, concretamente al año 216 a.C. Los cartagineses habían llegado a la península itálica dando un histórico rodeo para evitar el encuentro con las tropas romanas. Desde su Cartago natal (actual Túnez) desembarcaron en la costa este de Hispania, donde habitaba el orgulloso pueblo íbero, dirigiéndose al norte hasta llegar a los Alpes. Allí, Aníbal sufrió unas dramáticas condiciones climáticas y algún problemilla de logística con sus elefantes.

 

Cuando llegó a Italia, las fuerzas de los contendientes estaban ligeramente descompensadas. Eran algo así como 15 a 1 a favor de Roma. ¿Pero qué son quince legionarios para alguien que cena bebes romanos y se bebe la sangre de las doncellas latinas? Al menos eso era lo que se rumoreaba por el Circo Máximo.

 

Lo cierto es que Aníbal no era para nada un salvaje sediento de sangre, como se han encargado de pintárnoslo los historiadores del bando vencedor. Era un hombre sensato y brillante. Seguramente el mayor genio militar de la historia, muy por encima de Alejandro Magno. Porque si bien el macedonio contaba con el mejor y más preparado ejército de su tiempo, no se puede decir lo mismo de las huestes de Aníbal. No eran malos guerreros los cartagineses pero no tenían la preparación de los romanos. Y si añadimos que una parte importante de su ejército eran mercenarios, cuya principal característica solía ser su comportamiento anárquico, pues llegamos a la conclusión de que el general cartaginés hubiera dado un riñón por un trankimazín o un dedo por un somnífero.

 

La farmacología no se encontraba muy desarrollada por aquel entonces, por lo que Aníbal, si quería conciliar el sueño, tendría que preparar las batallas como nadie antes lo había hecho. Su estilo se basaba en aprovechar cada una de las pequeñas ventajas que el terreno le podía conceder. Ahora te escondo la caballería en un bosque, luego te pongo a los arqueros en una colina o te hago un sandwich (o bocata de calamares a la romana) cuando cruces un puente.

 

Los romanos no han pasado a la historia por su juego de cintura –tampoco por su mano izquierda ni por su pensamiento lateral- lo que les provocó severas derrotas. Imagínense un boxeador de 180 kilos que sólo sabe dar un golpe: por ejemplo, el directo con la derecha. Si te da, te saca la nariz por la nuca. ¿Qué haría un púgil de 95 kilos escasos? Primero cubrirse la cara. Segundo, poner en práctica el juego de piernas, moverse, danzar como una mariposa. Tercero, lanzar muchos golpes, no muy potentes, pero desde diferentes ángulos, como una avispa. Todo esto hará que el obeso mórbido tenga que moverse si le quiere dar una galleta. Y no es tan fácil manejar semejante cantidad de arrobas.

 

La inteligencia de Aníbal y la movilidad de sus tropas masacraron a los romanos en las primeras batallas. General que se enfrentaba al cartaginés, general que fracasaba. Por lo que desde el senado se vieron forzados a tener dos buenas ideas seguidas. Una era que si Aníbal aprovechaba siempre las ventajas que ofrece el terreno, se plantearía la batalla en algún lugar completamente llano y pelado. La otra consistía en que si ejércitos mayores que el cartaginés habían perdido pues se mandaría otro MUCHO mayor que los demás.

 

Se eligió Cannas como escenario y hasta allí se fueron los comandantes Cayo Terencio Mario Varrón y Paulo Emilio con 90000 soldados que se enfrentaría a los 30 y tantos mil que ponía Cartago. Cuando a Aníbal le llegaron noticias de lo que se avecinaba se dio cuenta de que la retirada era prácticamente imposible, pues en caso de huída podrían acabar acorralándolos, mientras que si mantenían la posición en Cannas tendrían al menos una oportunidad. Hay que decir que esa oportunidad sólo la vería él. Si alguien se encuentra en un descampado con una pandilla de ocho o nueve manguis lo primero que piensa no es: “En vez de huir y saltar la valla como pueda, me voy a quedar aquí, en el centro, para ver si puedo rodearlos”. Es decir, ¿te parece difícil saltar la valla pero no acorralar tu solo a una pandilla de navajeros? ¿Cómo ha podido la evolución dotar a alguien de tales mecanismos para la supervivencia? Porque lo que sabemos según los textos es que Aníbal no tenía parientes de Bilbao ni alrededores. Al final resulta que no sólo se comía los bebés crudos el cartaginés este, sino también a las doncellas con ajuar y todo.

 

Antes de comenzar, los romanos ocuparon casi todo el ancho del campo de batalla con una profundidad de varias líneas. Aníbal extendió a los suyos hasta ocupar la misma extensión horizontal pero sin ninguna profundidad. Visto desde las alturas se observaría un rectángulo y una raya peleando. Es decir, contra la pandilla de chorizos tu lo que haces es abrir los brazos. “Así no te rodean, Patxi”.

 

Los cartagineses colocaron a sus tropas más débiles, la infantería gala e íbera, en el eje central y a la caballería por las alas. La idea era que el centro retrocediese mientras por los laterales se iba ganando terreno. Pero aquel, al ser tan débil, corría el riesgo de romperse, lo que resultaría fatal si se quería sobrevivir. Por lo que Aníbal decidió meterse en todo el meollo. Así dirigiría de cerca la parte más endeble de su ejército a la vez que les aportaría moral. El riesgo consistía en que, al estar el general en medio de la contienda, si lo herían o mataban significaría la perdición cartaginesa. Pero eso no pasaba por la cabeza de uno de Amorebieta, por Dios, no. ¡Si lo que voy a hacer es rodearlo, me cagüen...!

 

Siguiendo el plan del jefe, los iberos y galos comenzaron a retroceder mientras la caballería iba ganando terreno por las bandas. Los romanos al ver que avanzaban fueron cogiendo moral. Por el ala izquierda, la caballería númida ganaba a la romana, mientras que por la derecha estaba sufriendo bastante para doblegarla. Así que Aníbal decidió que parte de los jinetes de la derecha pasaran a la izquierda por detrás de las líneas de infantería para pillar a los romanos por sorpresa.

 

Cuando fueron derrotadas las alas romanas, los cartagineses habían formado una “U” con las líneas de sus tropas, quedando dentro de ella la inmensa totalidad del ejército contrario. Los caballos cartagineses giraron y acabaron formando una “O”, por lo que Aníbal había conseguido rodear a los romanos. De esta forma la ventaja numérica del contrario se quedaba en nada pues se encontraban tan apretados que ni siquiera podían desenfundar la espada. Algunos morían por aplastamiento sin haber entrado en combate. Incluso el comandante Paulo Emilio fue degollado (y eso que a los generales romanos les gustaba verlo todo con perspectiva. Como todo el mundo sabe, para tener una mejor perspectiva es necesario alejarse un poco y, a veces mucho, del objeto en cuestión).

 

De los 90000 mil romanos sobrevivieron unos 8000. Por parte de los cartagineses, de los primeros 35000 quedaron 31000. No está nada mal para un vasco.

 

 

Parche para el capítulo II.V

Resulta que a nuestro licenciado favorito se le olvidó comentar el otro día a sus alumnos que los fenicios, que vivían en el oriente próximo, establecieron una de sus colonias más importantes en lo que ahora llamamos Túnez y la llamaron Qart-Hadash (Cartago) de ahí que los cartagineses fueran púnicos.

Os pido perdón en su nombre. Aunque he intentado convencerle para que sea él quien lo haga pero es demasiado orgulloso...

Siglo III a.C: ¿Quiénes son los púnicos? Cáp. II.V de III. Por Tostadora

Siglo III a.C: ¿Quiénes son los púnicos? Cáp. II.V de III. Por Tostadora  

-Veamos ¿Quién sabe por qué los enfrentamientos entre romanos y cartagineses han pasado a la historia con el nombre de "Guerras Púnicas"?

-Profe, profe, yo...

-A ver Miguelito, dime.

-Pues se llaman "púnicas" porque los cartagineses son "púnicos".

-¿Y qué es un "púnico", Miguelito?

-Pues... eh....esto... mmm... ¿Uno de Cartago?

-Ay-suspiró el recién licenciado-, que duro es ser profesor de educación especial.

-Profesor, los de educación especial están en la clase de enfrente, esto es 2º de ESO.

-(Eso es lo que os hace creer el estado, pequeños bastardos...) Ejem, si, disculpad mi pequeño lapsus. Pues, como iba diciendo, antes de que el oligofrénico de vuestro compañero me sacara de mis casillas... La palabra "Púnico" proviene del griego "Phoinikoi", término que utilizaban los helenos para denominar a los fenicios. Aunque algunos ineptos mentales, como los que conforman la propia RAE -qué se puede esperar de un grupo que tiene entre sus filas a un escritor cuya documentación histórica para sus novelas la realiza su hija de 14 años-, insinúan que realmente su origen es latino. Pero bueno, si tuviera en cuenta todas las estupideces de semejante calibre entonces escucharía a mi mujer.

"Phoinikoi" es el fruto de la palmera, el dátil. Los fenicios se asentaban en la zona de las actuales Israel y Palestina, muy rica en estos frutos. Así que los griegos conocían a los que allí vivían como "dátiles".

-Profe, profe, -dijo Miguelito- ¿puede ser que les llamaran "dátiles" porque los de esa zona eran "renegríos" ?

-¡Albricias, albricias! ¡Una conexión neuronal en secundaria! Es el día más increíble de mi vida, Miguelito. Estoy a punto de considerarte como un ser superior a un australopitécido. Dios mío, estoy TAN emocionado...

-Profesor, Miguelito se ha quedado dormido encima de los apuntes con los ojos abiertos y le sale sangre por la oreja.

-Marcos, deja a Miguel que descanse. Se lo tiene merecido. Continuemos. Ya sabéis que los púnicos eran los fenicios. Pero los fenicios no se llamaban a sí mismos fenicios. El espacio que habitaban se llamaba Canaan y el nombre con el que se denominaban era el de "cananeos".

-Pero profe, ¿entonces por qué los llamamos fenicios? -dijo Marcos-.

-Buena pregunta, Marcos. Te voy a poner un positivo. Pues es muy sencillo, los latinos adoptaron el término griego "Phoinikoi" y lo transformaron en "Phoenicius". Os recuerdo, pequeños bastardos, que el sonido "Ph" se pronuncia como "F" aquí. El castellano proviene del Latín ergo "foenicius" derivó en nuestro idioma como "fenicio".

-Ohhhhh -la clase soltó un murmullo de admiración-.

-¡El profe ha hecho magia! -gritó Marcos- ¡Ha convertido una palabra en otra!

-No, Marcos. No es magia, es evolución. Un término que desconocéis porque tal vez vuestros genes no hayan sufrido semejante fenómeno en generaciones. Es lo que tiene la endogamia.

Sonó el timbre que indicaba el final de la clase.

Riiiiiiingggggg

-Profe, no he entendido casi nada pero me ha gustado mucho la clase de hoy y creo que a Miguelito también. Es una pena que ahora no pueda hablar para decírselo.

-Me alegro Marcos. Es posible que durante unas horas te duela la cabeza. No te preocupes, es normal, no estais preparados para esto.

-¿Preparados para aprender?

-No. Preparados para pensar.

 

Siglo III a.C: Una Roma feliz. Cáp. II de III. Por Tostadora

Siglo III a.C: Una Roma feliz. Cáp. II de III. Por Tostadora

         Conversaciones como la del capítulo I o muchas parecidas debieron tener lugar en Roma en 216 a.C. Pero permitidme que antes de continuar con el diálogo entre Publio y Graco –personajes totalmente ficticios- os ponga un poco en situación…

          Los conflictos entre romanos y cartagineses se remontan como mínimo al año 264 a.C, fecha de la Primera Guerra Púnica. En aquella época es cuando Roma comenzaba a comprobar los beneficios de la guerra. La famosa “pax romana” siempre supuso una utopía en un pueblo –luego un imperio-  cuyo principal motor de la sociedad, y prácticamente el único, era la guerra. Cada vez que Roma entraba en combate, un enorme número de recursos se movilizaban. Pero no penséis que al igual que en los demás pueblos e imperios de la época. No. La única posibilidad para Roma era ganar la guerra. No había una segunda opción, ni un plan B, ni una alternativa. La guerra se ganaba, y punto. Tan sencillo como eso. Como no se permitían otra cosa, su sociedad se estructuraba de forma que permitiese guerras costosísimas durante años y años sin que la economía se resintiese especialmente.  

          Por ejemplo, el servicio militar duraba 20 años, con posibilidad de renovar el contrato, a su término, por otros 20. ¿Por qué? Supongamos que un joven de 18 años decide dedicarse al noble arte del ejercicio militar. Él sale de su casa un soleado día de primavera, coge su petate, se despide de su padre, de su madre y de los 18 dioses inventados por la familia cuyas figuritas están colocadas al lado de puerta. Dirige sus pasos hacia el cuartel más próximo y pregunta al guardia que custodia la puerta dónde puede alistarse. Siguiendo sus instrucciones, se acerca a una cola esperando su turno para decirle su nombre –pongamos… ¿Obdulio Augusto?- a una especie de funcionario. ¿Ave, que desea? Alistarme como legionario, ¿Nombre? Obdulio Augusto, ¿Edad? 18 años, De acuerdo, pase al fondo a la izquierda al vestuario y cámbiese, Oh, si claro, pero… ¿podría decirme contra quién guerreamos hoy? Pues hoy toca contra Cartago, chico, ¿Y cuál es el motivo de la disputa? Pues la Manzana de la Discordia, ¿Cómo? Sicilia chico, Sicilia, ¡Ah, Sicilia!

          Pues el chico se iba a guerrear contra los cartagineses para conseguir los territorios de la Manzana de la Discordia –así llamada en referencia a la de enfrentamientos que la islita de marras ha provocado durante siglos- excelentemente adiestrado. Durante esos años de batallas, los romanos iban haciendo prisioneros –no siempre, porque a ellos lo que de verdad les ponía era exterminar-, y esos prisioneros se convertían en esclavos, y los esclavos eran enviados a Roma. ¿Y que hacían en Roma? Pues de todo, pero principalmente trabajar.

          Han pasado unos cuantos años, la guerra púnica ha terminado, y he aquí a nuestro héroe, el -ahora- Decurión Obdulio Augusto, que vuelve a su hogar, Roma, la ciudad más poderosa del universo, después de zurrarle la badana –¿que demonios significará eso?- a los cartagineses. Pero cuál es su asombro cuando descubre que en su ciudad, su casa, habita esa raza a la que ha aprendido a despreciar durante los años de servicio militar. ¿Cómo? ¿Qué ahora tengo que convivir con estos esclavos, con esta raza, que nuestro ejército ha demostrado sobradamente que no es comparable a la nuestra, la romana? Bueno, al menos podré escupirles en la cara cada vez que me venga en gana.

          Y es en este momento cuando descubrimos cómo Roma se ha convertido en la mayor maquinaria de guerra jamás conocida. Ahora mismo, Obdulio Augusto, cuenta con que todavía pertenece a la Legión. Tiene un trabajo remunerado, y lo seguirá tenido durante mucho tiempo hasta que se retire, momento en el cual el estado le proporcionará una pensión vitalicia –se solía dar en forma de tierras- con la que pasará el resto de sus romanos días… (Esto se puede ver en "Astérix y el regalo del César").

          ¿Cómo, que no habéis entendido por qué Roma se ha convertido en la mayor potencia militar de todo el mundo antiguo? Pensad… pensad en cualquier guerrero del mundo antiguo: en un íbero, en un celta, en un seleúcida… Cuando uno de éstos cazurros vuelve a casa después de guerrear durante unos años pues se tiene que buscar las habichuelas como buenamente pueda. Como agricultor, ganadero o herrero, o trabaja o no come. Imaginaos que nuestro Obdulio vuelve sin su futuro laboral despejado como ahora. Llega a Roma y la guerra ha sido victoriosa –como siempre-, por lo que cantidades ingentes y obscenas de esclavos aran las tierras romanas, las cultivan, crían los carneros y matan a los cerdos, amamantan a los bebes romanos y hacen lo propio con sus padres, se matan en los juegos circenses, hacen las compras de sus amos… Y lo mejor de todo ¡GRATIS!

          ¿A dónde va a parar Obdulio? Pues al paro… a vivir como buenamente pueda. Porque por muy patrióticos que fueran los romanos, si tienen mano de obra gratis no van a despreciarla por contratar a un romano de pro. ¿Qué supondría esto? Pues dejar de hacer prisioneros para luego utilizarlos como esclavos, aunque sean una magnífica mano de obra, para evitar la regresión en todos los aspectos que ocasionaría el hecho de que la gran mayoría de los hombres jóvenes del imperio se muriera de hambre. Porque si los esclavos siguen aumentando, la población en edad de procrear disminuirá debido a la precaria situación económica que sufrirían al no poder competir con los extranjeros para cpnseguir un trabajo, la natalidad bajaría entonces, provocando un retroceso en la población que a su vez desencadenaría en un envejecimiento progresivo de la sociedad  y en una crisis de proporciones colosales que abocaría a la desaparición del pueblo romano.

         ¿Pero cómo despreciar las virtudes de la esclavitud ahora? Ya nos hemos acostumbrado, dirán los romanos. Nos hacen la vida muy fácil y agradable y, además, no hablemos del juego que dan en la alcoba…. Por esto los romanos comenzaron a componer una sociedad basada en la esclavitud, donde ésta se dedicaría a hacer todo aquello que a un romano no le apetece (¿No os recuerdan a los entrañables Épsilon de Huxley?). ¿Cómo conseguimos los esclavos? Pues guerreando. ¿Y quienes guerrearán? Pues los jóvenes que no provengan de una familia rica –es decir, la gran mayoría-, porque los ricos ponen el dinero para la guerra.

         Después de esto, nos queda así la sociedad: Una élite basada en la riqueza que gobierna y legisla sobre el resto y que se dedica a vivir la vida, a patrocinar guerras y a recibir réditos muy superiores a lo invertido, un gran número de esclavos que mantiene en funcionamiento un imperio cada vez más grande, y millones de hombres jóvenes que se dedican a conquistar el mundo en nombre de Roma, consiguiendo más esclavos para unas fronteras cada vez mayores. Es un círculo vicioso perfecto (O un círculo virtuoso como diría Laporta). La gran cantidad de esclavos permite que haya un gran número de ciudadanos sin nada mejor que hacer que alistarse al ejército. Las vastas legiones romanas proporcionan numerosas victorias, riquezas y –lo más importante- esclavos que retroalimentan el sistema. Un sistema perfecto que conforme más crezca, más infalible será. Un imperio indestructible, al que solo un loco podría osar enfrentarse de tu a tu. 

         Pues es aquí donde entra Aníbal Barca…      

Siglo III a.C: Después de Cannas. Cáp I de III. Por Tostadora

Siglo III a.C: Después de Cannas. Cáp I de III.  Por Tostadora

            -La guerra solo es bella para los que no luchan, Publio. ¿Habiendo combatido en las legiones del César como te atreves siquiera a discutirlo? Respóndeme a esto entonces: ¿Cómo puede ser bello el sonido de una espada atravesando un estómago y desparramando sus intestinos? ¿Cuál es la atracción que te provoca el sonido del crepitar de los huesos de tus hermanos al ser golpeados con una bola de hierro? ¿Cómo puede existir belleza en el olor de una montaña de cadáveres que resbalan bajo tus pies? ¿O es que acaso encontrasteis a Venus paseando por Cannas? -dijo Graco-.            

             -No vi a Venus, Cayo Graco. Vi al mismo Marte luchar. Su piel es negra y grandes sus manos. Su voz es un trueno en la noche, incluso en el campo de batalla. Era, sin duda, un Dios. Cuando los vélites nos dejaron paso a nosotros, la infantería, su gesto apenas cambió. ¿Cómo puede un mortal permanecer imperturbable ante el ejército más poderoso creado nunca?¡Un ejército cuya única misión era exterminarlo! ¿Cómo puede la duda huir de su rostro?  Incluso el mismo Heracles hubiera vacilado.            

             -¿Y qué hizo, entonces, tu Dios?            

             -Cuando cargamos no se inmutó. De su garganta no escapó ni el más insignificante sonido. El primero en llegar a donde él se encontraba fue Cornelio.            

             -¿Cómo murió?                        

             -Fue rápido. La espada de Anibal atravesó su garganta. La hoja cruzó el cuello por completo. Cuando la sacó, la sangre de Cornelio comenzó a brotar. Intentó taparse la herida con las manos. No soy capaz de imaginar lo que debió sentir cuando comprobó que podía introducirlas casi por completo dentro de la herida.            

             -Deberías beber algo, Publio.

            -Gracias, Graco –dijo, mientras se servía licor de Caledonia-. Casi todos los que iniciaron la carga murieron al instante. Recuerdo ver miembros humanos caer del cielo. Esos bastardos, cuando arrancaban un brazo o una pierna, los lanzaban contra nosotros. Algunos de ellos no querían matarnos, sino únicamente mutilarnos para amedrentar al resto con nuestros cuerpos destrozados.  

             -¿Y de donde emana la belleza de la que me has hablado? 

             -De la perfección. Participé en la batalla perfecta. 

             -Pero estabas en el bando equivocado. Supongo que eso no te parecería tan hermoso. 

             -La perfección es en sí bella. Aunque lo perfecto sea terrible, un individuo –y más un romano- debe saber percibirla. La naturaleza es bella porque es perfecta. 

             -No lo creo, la naturaleza es bella porque es pura. 

             -Exacto y la perfección emerge de la pureza. Por eso creo que perderemos esta guerra. Si Aníbal ha logrado la perfección en la guerra, es porque sus motivaciones, o quizás su espíritu, es puro. Y cuando las almas son puras, es imposible luchar contra ellas. 

             -Publio, ahórrate tus opiniones. No puedo escribir eso en mi informe para el Senado. Te condenarían a galeras. Céntrate en explicarme cómo, después de comenzar el ataque, si no cometisteis ningún error, os pudieron masacrar de forma tan humillante. Y te aconsejo que lo hagas bien. Roma pide sangre y, si no es la de Anibal, será la de los pocos que sobrevivisteis. 

            -Pasaba el tiempo y sus soldados parecían flaquear, comenzaron a retroceder. Él con su mera presencia consiguió que la línea no se quebrase. No eran grandes guerreros, al menos no mejores que nosotros, pero no pudimos resquebrajar su defensa, no sabíamos como hacerlo. Había cuatro romanos por cada cartaginés, nos relevábamos para poder descansar, pero jamás estuvimos siquiera cerca de conseguirlo. De pronto escuché un cuerno númida. Fue aterrador, era como escuchar a los espíritus de la guerra viniendo desde el reino de Hades. La caballería de Anibal debía de haber sido aniquilada. Todavía no sé muy bien qué fue lo que ocurrió. Era imposible que la caballería cartaginesa venciera tan fácilmente a la nuestra…